Lo que yo quiero decir es América Latina...

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miércoles, 4 de abril de 2012

Bienvenidos, mal venidos a Ecuador.

Un rayo roto de mi parte, varios pinchazos por parte de Juan, el calor agotador, una última Inca Cola, la cercanía de la frontera, unos soles gastados en una buena cerveza peruana y el puente allá, siempre un puente uniendo países. Así se presentaba Ecuador. Los tramites de siempre, un sello aquí y un sello…, no, un sello allá no. Por más que el inmenso aviso dijera: Bienvenidos y una leyenda dijera: Ecuador “la vida en estado puro”, el hermano país, o más bien las tontas leyes de siempre, no nos daban la bienvenida. Con la alegría de una nueva frontera nos acercamos a ese puesto fronterizo para encontrarnos con una desagradable sorpresa.

Presentamos nuestro pasaporte colombiano a un no muy atento policía el cual al revisarlo solo atina a decir: colombiano, necesita su pasado judicial para ingresar a nuestro país. Este papelito que hace casi ya tres años sacamos para cruzar las fronteras de nuestro país y que por nuestra estadía en argentina debimos dejar tiempo atrás. De todas las maneras posibles intentamos explicarle al policía nuestro viaje, el periplo de venir recorriendo en bicicleta todo un continente, nuestros propósitos, buenas intenciones, carnets que acreditaban la aventura, pero fue imposible, era como hablar contra una pared, una tosca pared. A un paso de nuestro país, con las bicicletas cargadas, cansados, con poco dinero y ante la negligencia de la autoridad veíamos peligrar el futuro de nuestro viaje. Pedíamos posibilidades para cruzar pero eran esquivas. Vayan a lima y pidan ese papel, nos decían. Claro, tan fácil como retroceder miles de kilómetros. En tiempo y dinero era imposible. Pero había una luz en el camino, un contacto en la ciudad contigua, Macará. Uno de esos hombres que abren su corazón y su casa, Byron.

Teníamos el contacto y allá fuimos. Al menos nos permitían cruzar la frontera, el pueblo solo quedaba a dos kilómetros. Fuimos pedaleando por hermosos cultivos de arroz a lado y lado del camino, este país es de verdad hermano de Colombia, sus montañas tienen mucho de las nuestras, altas, inmensas, llenas de verde, era estar un poco en nuestro territorio. Muchos de los productos colombianos se venden en estas tierras y en cuanto vimos la publicidad de algunos nos alegramos mucho, los pueblos hablan por su gastronomía, bebidas de la infancia, algún dulce, nos emocionaba de tal manera que hasta lo de la policía pasaba a otro plano. Preguntando por el pueblo la dirección de nuestro hombre se nos acerca un tipo en auto, precisamente a ofrecernos posada gentilmente y era él, Byron, saliendo a nuestro encuentro volvió entonces la confianza y el sosiego.

En esta etapa del viaje cada encuentro tiene un sabor más a Colombia. Byron es una pequeña parte de Colombia anclada aquí en Ecuador. Ahora él tiene un restaurante junto a su esposa y pequeños hijos, Guatita punto Com se llama el restaurante, con un alma grande se propone fundar otra casa de ciclistas y ya somos varios los que hemos pasado por aquí. El es ecuatoriano pero aventuro un tiempo de su juventud en Colombia, su acento, sus dichos tienen mucho de nuestro país. Sentarse en el corredor de la casa de Byron tiene un particular encanto, tomarse un tinto (como le decimos al café en Colombia), o una aguapanela, esa bebida hecha de la caña, jugar unas partidas de dominó es sentir esas singularidades de la “patria”. Y aquí estaba, tirando unas fichas de dominó, tomando tinto, putiando en acento colombiano, putiando con Byron y el Juan, volviendo a escuchar ese “Hijueputa” que tan bien nos sale a nosotros, conversando, recapitulando historias del pasado, hablando con el continente sosegadamente, haciendo lo que salí a buscar, viviendo en las andanzas de los otros, reconociendo almas gemelas, búsquedas similares. Oír los cuentos de Byron que gustaba de hacer largos trayectos con sus amigos a pie me recordó al maestro González, la vida es una serpiente que se muerde la cola y se encuentra en cada minuto hablándose a ella misma y el único momento interesante es cuando en verdad se escucha, de lo contrario todo es vacio. Este hombre era la Bienvenida al Ecuador, así se podía entonces seguir. El mismo Byron me llevo donde un hombre para que reparase mi bicicleta que le hacía falta unos pequeños ajustes para poder remontar las alturas de este país, los cambios no funcionaban muy bien y con total presteza este hombre volvió todo a su curso.

Ecuador era otro país donde desandaba caminos, aunque no en esta región que era nueva para mí. Me encontraba en un país con nueva moneda, el dólar sepulto al sucre hace mucho tiempo y me parece que descoloco todo. Los precios eran excesivos, las cosas pequeñas costaban desde un dólar o más, nosotros ya con pocos pesos en los bolsillos sufríamos los embates de esta economía. Macará resultaba la morada para irse adecuando al país y además todavía teníamos que resolver lo de nuestro “pasado judicial” para entrar a Ecuador y estampar nuestro sello. En varias averiguaciones, intentando por todos los medios, volviendo a hablar con los policías de frontera, yendo a la municipalidad donde un compatriota trabajaba (tramite que no dio ningún fruto), agotando todos los recursos, nos era imposible resolver este impase y fue así que todo sucedió de la forma más fácil. Un sencillo tramite por internet (gracias a mi amiga Karen Jaramillo) y el papelito este, con una simple consignación en nuestro país estaba en nuestro poder. Con papel en mano nos dirigimos a la frontera por tercera vez. El mismo policía de siempre, toma el papel, le da una somera hojeada, lo arroja a un rincón de su escritorio y estampa el sello, por fin entonces, estamos en Ecuador.


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