Lo que yo quiero decir es América Latina...

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miércoles, 4 de abril de 2012

Cuesta arriba

Me atemorizaban las montañas que veía desde Macará. Observando el mapa, Ecuador es uno de los países más chicos de Sur América, pero no hay que desestimarlo, pues su geografía se plantea como uno de los mayores retos, está bastante hermanado con la recordada Bolivia. Si hubiera comenzado mi recorrido por el, de seguro no habría hecho lo que en el hice en esta parte de la ruta y habría recorrido la mayor parte de él en dos ruedas. De alguna manera fue muy acertado dejarlo para lo último, igual ya había estado en estas tierras que me siguen cautivando. De haber escogido este como mi primera frontera, llevaría la energía que caracterizo el comienzo de este periplo, pero como lo vengo diciendo desde unas páginas atrás ya menguados los ánimos en esta instancia toda cuesta representaba un esfuerzo mayor del que significa normalmente para mi, además para completar, el factor climático no ayudo mucho.

Jugábamos con la ruta, adivinábamos cual sería el camino menos empinado, pero la realidad nos mostraba todo lo contrario. Como en la vida, no vale lo mucho que hayas hecho si esta te plantea nuevos retos. Hacer más de 30 kilómetros en este país representaba toda una proeza. Las primeras pedaleadas nos hicieron saber que estábamos en la línea ecuatorial y lo que ello conlleva, un calor infernal. Había que ver al Juan pedaleando sin camisa; a mí nunca me ha ido aquello de quitarme la camisa, hasta pudoroso resulte después de todo.

Con una infinita paciencia sorteábamos curva tras curva por parajes desolados. Nos deteníamos, mirábamos el mapa y nos preguntábamos por ese punto que aparecía en él, era como avanzar sobre el mismo punto. Llegas a una nueva bifurcación, digamos en este caso “El Empalme” y te preguntas por el norte de la cuestión, pero aquí no hay cuestión, hay un tiendita en el cruce de caminos, hay una lata de sardinas, hay un pan para ponerlas al medio, hay una chica linda como un ángel que sale de la montaña, te atiende y luego desaparece, hay un puesto de ¿policía? Y hay sobre todo incertidumbre. Hemos hecho unos tantos kilómetros y ya estamos agotados, miro al Juan, nos miramos y por la cabeza nos pasa una serie de interrogantes: ¿le damos?, ¿Paramos?, ¿Buscamos una posada?, ¿dónde?, ¿pedimos un aventón?, no somos perezosos, como bien podría creerse, somos realistas, ahora vamos un poco a contra reloj, a contra economía a contra ánimos. Somos sensatos eso sí, pedimos un aventón. Ahora las bicis viajan sobre un montículo de arena viendo cómo pasan las montañas y por angostos caminos el calor adormece y ahí es cuando uno piensa que estos hombres que conducen estas maquinas o son unos héroes o ellos mismos se han convertido en una maquina.

Hasta acá vengo yo muchachos, nos dice el hombre y bueno, ahora todo es cariño, estamos un poco más cerca de…, bien, seguimos en camino. Y de golpe en este trópico rebelde aparece unas nubes que lo cubren todo y zas, un leven chaparrón para crear un sopor en el ambiente. En el esperar vamos replanteando todo y nos damos cuenta que cerca hay un pueblo y que para llegar a él otra pendiente debemos sortear. Todo es tan confuso en esta instancia, por momentos quisieras desaparecer para resultar en un momento con los tuyos, ya aquel ímpetu de curiosidad e indagación solo alcanza hasta la próxima parada. Unos últimos goterones nos lleva hasta el pueblo, Catamayo.

Juan llevaba un rato conmigo y nunca habíamos pernoctado en una estación de bomberos y entonces llegó la ocasión. Mi compañero es bastante tímido y esta lengua mía que se mueve siempre y en las circunstancias difíciles más, ya sea para empeorar o en algunos santos casos mejorar la cosa me ayudo ahora. Con el paso de los días afinas la mirada al llegar a un lugar y sabes donde procurarte una posada solidaria con efectividad. Este es uno de esos lugares chicos donde no hay mucho, me recordó demasiado a los pueblos de Antioquia, pero para sorpresa nuestra tenía estación de Bomberos, vaya usted a saber cuántas casas se queman por aquí. Eso tiene sus ventajas, pues al no haber tanta actividad somos recibidos sin el menor problema. Siguen teniendo la misma buena actitud estos buenos hombres. Como si nada les importara y salvaran otras vidas nos acogen.

Encumbrado entre montañas Catamayo se mueve entre la religiosidad y las vidas de los jóvenes que dan vueltas en sus autos como queriendo escapar de allí. Escucharas dos pregones desde cualquier parte del pueblo donde te ubiques, uno es el de la santa iglesia y su pregón gastado, el otro el de la música que viene de los autos de estos chicos que dan y dan vueltas saludándose en cada esquina. La noche da para afincarse en una banca de alguna calle, ver los chicos que dan vuelta tras vuelta y escuchar como se apaga el pregón de la iglesia, de esta misma manera nos fundimos nosotros en el piso de la estación de bomberos.

La noche anterior habíamos indagado el mapa, este se convertía en nuestra luz estos que serían nuestros últimos días en ruta. Es increíble saberse pronto a la llegada de tamaño viaje. El mapa nos daba un día más de viaje hasta la ciudad más próxima, en este caso la ciudad de Loja. El cielo seguía mostrando unas nubes nada amigables, los ánimos no cambiaban mucho y el dinero iba desapareciendo con cada alimento, cada movimiento, la cuestión definitivamente no daba para heroísmo y así nuevamente nos vemos tomando un bus, que al parecer sería una constante en nuestro último país.

La mañana está tranquila y apenas va despuntando el sol y los parroquianos se mueven aun más lento, igual que nosotros, que apenas vamos arrastrando a nuestras compañeras a la esquina que sirve de paradero. No queremos indagar por la topografía de nuestro trayecto, lo suponemos como siempre, una eterna cuesta arriba y así entonces nos vemos recorriendo callados un camino de asfalto en estos buses tan parecidos a los nuestros donde sigue rodando también la esperanza. Vemos un camino que efectivamente se encumbra y en apenas unos pedazos donde la topografía regala algún trayecto plano nos remuerde la conciencia de estar ahí rodando con nuestras bicicletas, pero ya no hay nada que hacer, el bus corre y si que corre rápido, estos conductores no conocen de leyes en su territorio, van como almas que lleva el diablo quebrando curvas, así de un momento a otro aparece la ciudad de Loja.

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